Cuando mi consciencia
comenzó a tomar forma y noción, noté que me hallaba inmerso en un líquido y confortable éter.
Para mí solo existía la oscuridad, el tiempo y el espacio solo eran una
pantomima, una ilusión que no me afectaba. Al menos así fue hasta que crecí lo
bastante como para comprobar los límites de mi hogar. Mi tranquilidad se fue
sustituyendo por la desagradable comezón de una incipiente claustrofobia. Cada
vez había menos humedad y más prisión. Tan solo una idea cruzaba por mi cabeza:
Salir de allí. Haciendo acopio de toda la energía de la que disponía, golpeé la
pared repetidas veces. Al principio permaneció inamovible, mas tras un par de
golpes noté como la superficie iba cediendo, tornándose elástica. Un pequeño
rasgón que fui ampliando y pronto pude salir al exterior. Un nuevo y luminoso
mundo se abría ante mis ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario