Un brillante día me
sorprendió. Los colores del mundo me invadieron, sustituyendo a la conocida
negrura de la inconsciencia. Una verde realidad me envolvía, en un universo
lleno de viva y movimiento. Destellos de luz se filtraban desde la espesura que
formaban los titánicos árboles, que competían entre sí por el puesto más
privilegiado. El suelo quedaba alfombrado por caídas hojas cuya gama iba desde
el verde intenso hasta el negro profundo, pasando por amarillos y marrones
varios. A mi alrededor había blancas esferas, algunas intactas y otras rotas,
como la de donde había emergido. Mis hermanos brotaban por doquier de ellas,
una pequeña legión. A tientas, exploré mi entorno, sin querer alejarme
demasiado. Todo era nuevo para mí, la calidez del aire, la agradable humedad,
las sombras de los enormes habitantes del lugar. Comencé a trepar, obedeciendo
a un impulso que estaba grabado en mi sangre. Y con cada paso que daba, los
descubrimientos de mi nuevo hogar se incrementaban.
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