Me encontraba
acurrucado bajo el envés de la descomunal hoja, junto a mis hermanos,
terminando de pasar la noche. Las primeras luces del día se abrían paso
costosamente a través de la foresta. Aletargado, remoloneaba, agitando
levemente mi rechoncho cuerpo, mientras me iba calentando. Al poco, me
desperecé, agitando las espinas que me cubrían. Ante la expectativa de otra
agradable jornada de alimentación, aceleré el paso, buscando un sitio
privilegiado donde comenzar. Cada vez desaparecían antes las hojas, y ya no
éramos tan diminutos, una pequeña horda devoradora. Por suerte el suministro
alimenticio parecía no tener fin, pues los esmeraldinos tesoros de los que nos
proveía el árbol se extendían más allá de donde alcanzaba la vista. Bajé de la
carcomida carcasa, dispuesto a centrarme en mi siguiente aperitivo cuando algo
extraño llamó mi atención. Unas grandes manchas negras se aproximaban raudas
por la rama. Terribles criaturas de fríos ojos, armadas con afiladas fauces y
una armadura como la obsidiana que emitía destellos al ser expuesta de forma
casual a los rayos vespertinos. Se dispersaron por doquier y, ante mi horror,
vi como se abalanzaban contra mis hermanos. No importaba que fueran más
grandes, ya que los ejecutaban con precisión marcial, en pequeños y eficientes
grupos. La oleada no cesaba, aquella horda parecía tener un ansia mayor que la
nuestra. Logré atisbar como los cadáveres de los míos eran arrastrados por la
mortal marea, antes de que otros llegasen ante mí. Chasqueaban sus mandíbulas
con anticipación, agitando nerviosamente sus antenas. El instinto de
alimentarme fue rápidamente reemplazado por el de auto conservación. ¿Pero cómo
podía evitar a unas criaturas tan veloces, siendo tan torpe? No tenía tiempo
para pensar. Casi los tenía encima, e imaginaba con demasiada claridad como sus
letales piezas bucales hendirían mi piel; una idea que pronto sería una acción
inevitable. Salté. Con un poderoso impulso me precipité al vacío. Fui dando
tumbos lo que pareció una eternidad, chocando contra la áspera superficie del
árbol. Por suerte mi cuerpo podía resistirlo. Cuando aterricé en la alfombrada
hojarasca me puse en alerta de inmediato, pero no parecía que hubiera más de
esos crueles asesinos cerca. Me apresuré a avanzar, alejándome lo máximo
posible de la zona. Caminé hasta el atardecer. Con la caída de la noche busqué
refugio en una planta cercana. Me acurruqué en el envés de una hoja,
completamente solo. No había visto a ninguno de mis hermanos en mi huida,
podría ser incluso el último de mi camada. No había estado excesivamente unido
a ellos, pero no podía evitar que me embargara un sentimiento de tristeza. Me
hice un ovillo en la oscuridad, ahogándome en la primera de las muchas noches
de soledad que me aguardaban.
No hay comentarios:
Publicar un comentario