La muchacha agitó su
sedosa melena rubia, mientras atraía al musculoso chico hacia ella. Él se
dejaba guiar, excitado por la pálida belleza. Sus dedos recorrían el torso
desnudo de su compañero, despertando escalofríos de placer. Los labios se
juntaron, deseosos, encendiendo la pasión.
-¿Dónde están los
demás? Suelen estar por aquí...- Preguntó él, con gesto bobalicón, sin dejar de
manosearla.
-Dijeron que iban a
hacer no sé qué cosa, ¿es que importa? ¿Quieres acaso que nos corten el rollo
el resto de concursantes?
-¡No, no, no! ¡Claro
que no!- Se apresuró en responder, temeroso de estar perdiendo la oportunidad
de enrollarse con la tía más buena del programa.
La rodeó con los
brazos, atrayéndola y mordiendo su cuello. Seguramente pensaba que toda la
atención del reality estaría puesta sobre ellos, el público se estaría
volviendo loco. Este tipo de cosas les encantaba, despertaba su morbo. Y el de
él también. Sus desesperadas manos se colaron por debajo del corto top de su
compañera, pero esta se hizo bruscamente hacia atrás, confundiéndolo.
-Espera un momento, voy
a ponerme algo más..., cómodo-. Dijo con picardía, guiñando un ojo.
El chico asintió,
mostrando sus blancos dientes en una ancha sonrisa. Su limitada imaginación no
dejaba de forzar la maquinaria pensando en qué eróticos placeres le aguardaban.
Intentó componer una pose con la que resaltasen sus abultados músculos,
mientras se esforzaba, en vano, en parecer natural. Al fin y al cabo se trataba
de eso, de dar un espectáculo con la vida diaria. Entonces sintió un duro golpe
en la sien, que lo pilló desprevenido. Antes de poder girarse para encararse a
su agresor, le siguió un segundo golpe, que derramó un cálido torrente por su
cuello. Conmocionado, pudo ver como la hermosa muchacha rubia, sonriente,
estrellaba justo entre sus ojos lo que parecía ser un libro. Entonces la
función se terminó para él.
Ella siguió golpeando
su cabeza, hasta que no quedó más que una masa sanguinolenta. La sangre salpicó
todo, empapando el mullido sofá y marcando su blanca piel con moteados
carmesíes. Contempló con desagrado la pesada biblia impregnada en sangre que
sostenía y la soltó con un desdeñoso bufido. Sin duda esto era lo más cerca que
estaría jamás de un libro y de la religión. Cosas innecesarias, sobre todo
cuando se tenía fama. Se alejó de la escena con aire desenfadado y ligero. En
la cocina se lavó bien la manos, quitándose la inmunda capa que ya empezaba a
adquirir un tono marrón oscuro. Cuando acabó, fue a revisar el cobertizo de
herramientas que estaba al lado de la piscina. Todos seguían allí, perfecto.
Sonrió. La noche anterior se había quedado hasta tarde preparando unos
bizcochos muy especiales que todos habían probado encantados. Lástima que ese
zopenco se levantase siempre por la tarde y no hubiera comido también. Eso le
habría ahorrado las molestias de tener que ocultar los cuerpos y de ser
manoseada por semejante pulpo. Por suerte, ese lelo era muy fácil de manejar.
Ya era la última concursante. Se dirigió a una de las cámaras, escondida de una
forma indiscreta, luciendo su más radiante sonrisa.
-Querido público, cómo
habéis podido ver, soy la última concursante que queda en pie. Quizás me haya
salido del guión que esperabais..., ¿pero acaso no os he dado un espectáculo
único del que disfrutar? ¡Aprovecho este momento para mandar un beso muy grande
a todos mis fans y a aquellos que siempre creyeron que yo podía lograrlo! ¡Sin
vuestro apoyo esto no hubiera sido posible!
Hizo un mohín
exagerado, lanzando un beso a la cámara. Las normas son las normas, el que siga
en la casa cuando el resto se hayan ido, gana el premio. Tan solo había
acelerado las cosas. El fin justifica los medios, sobre todo en cuanto a dinero
y fama se refiere.
-¡Y así es como se gana
un concurso, queridos espectadores!- Concluyó, triunfal.
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