martes, 17 de marzo de 2015

Ambición Desmedida

La muchacha agitó su sedosa melena rubia, mientras atraía al musculoso chico hacia ella. Él se dejaba guiar, excitado por la pálida belleza. Sus dedos recorrían el torso desnudo de su compañero, despertando escalofríos de placer. Los labios se juntaron, deseosos, encendiendo la pasión.
-¿Dónde están los demás? Suelen estar por aquí...- Preguntó él, con gesto bobalicón, sin dejar de manosearla.
-Dijeron que iban a hacer no sé qué cosa, ¿es que importa? ¿Quieres acaso que nos corten el rollo el resto de concursantes?
-¡No, no, no! ¡Claro que no!- Se apresuró en responder, temeroso de estar perdiendo la oportunidad de enrollarse con la tía más buena del programa.
La rodeó con los brazos, atrayéndola y mordiendo su cuello. Seguramente pensaba que toda la atención del reality estaría puesta sobre ellos, el público se estaría volviendo loco. Este tipo de cosas les encantaba, despertaba su morbo. Y el de él también. Sus desesperadas manos se colaron por debajo del corto top de su compañera, pero esta se hizo bruscamente hacia atrás, confundiéndolo.
-Espera un momento, voy a ponerme algo más..., cómodo-. Dijo con picardía, guiñando un ojo.
El chico asintió, mostrando sus blancos dientes en una ancha sonrisa. Su limitada imaginación no dejaba de forzar la maquinaria pensando en qué eróticos placeres le aguardaban. Intentó componer una pose con la que resaltasen sus abultados músculos, mientras se esforzaba, en vano, en parecer natural. Al fin y al cabo se trataba de eso, de dar un espectáculo con la vida diaria. Entonces sintió un duro golpe en la sien, que lo pilló desprevenido. Antes de poder girarse para encararse a su agresor, le siguió un segundo golpe, que derramó un cálido torrente por su cuello. Conmocionado, pudo ver como la hermosa muchacha rubia, sonriente, estrellaba justo entre sus ojos lo que parecía ser un libro. Entonces la función se terminó para él.
Ella siguió golpeando su cabeza, hasta que no quedó más que una masa sanguinolenta. La sangre salpicó todo, empapando el mullido sofá y marcando su blanca piel con moteados carmesíes. Contempló con desagrado la pesada biblia impregnada en sangre que sostenía y la soltó con un desdeñoso bufido. Sin duda esto era lo más cerca que estaría jamás de un libro y de la religión. Cosas innecesarias, sobre todo cuando se tenía fama. Se alejó de la escena con aire desenfadado y ligero. En la cocina se lavó bien la manos, quitándose la inmunda capa que ya empezaba a adquirir un tono marrón oscuro. Cuando acabó, fue a revisar el cobertizo de herramientas que estaba al lado de la piscina. Todos seguían allí, perfecto. Sonrió. La noche anterior se había quedado hasta tarde preparando unos bizcochos muy especiales que todos habían probado encantados. Lástima que ese zopenco se levantase siempre por la tarde y no hubiera comido también. Eso le habría ahorrado las molestias de tener que ocultar los cuerpos y de ser manoseada por semejante pulpo. Por suerte, ese lelo era muy fácil de manejar. Ya era la última concursante. Se dirigió a una de las cámaras, escondida de una forma indiscreta, luciendo su más radiante sonrisa.
-Querido público, cómo habéis podido ver, soy la última concursante que queda en pie. Quizás me haya salido del guión que esperabais..., ¿pero acaso no os he dado un espectáculo único del que disfrutar? ¡Aprovecho este momento para mandar un beso muy grande a todos mis fans y a aquellos que siempre creyeron que yo podía lograrlo! ¡Sin vuestro apoyo esto no hubiera sido posible!
Hizo un mohín exagerado, lanzando un beso a la cámara. Las normas son las normas, el que siga en la casa cuando el resto se hayan ido, gana el premio. Tan solo había acelerado las cosas. El fin justifica los medios, sobre todo en cuanto a dinero y fama se refiere.

-¡Y así es como se gana un concurso, queridos espectadores!- Concluyó, triunfal.

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