A continuación, otro relato de la antología "Compendio de Mundos":
TESTIGO INESPERADO
Mi paseo nocturno me había llevado a la periferia de mis dominios. Dominios
simbólicos, claro, ya que no era dueño nominal de las oscuras calles. Caminaba elegantemente con paso despreocupado por solitarias calles iluminadas por exiguas luces. Poco me importa, en cualquier caso veo bastante bien de noche. Dejando atrás el
clásico empedrado me iba adentrando en zonas más modernas de la ciudad y por tanto,
más bulliciosas. Mi gusto caprichoso
me
había impulsado a acudir, en contra de lo que era normal en mí. Las luces se había tornado más brillantes, y
por todas partes
bullían multitudes. Pasé velozmente entre ellos, hasta acercarme a la zona qué frecuentaban los jóvenes. Un grupo de chicas se me quedó mirando mientras pasaba a su lado. Les
devolví una brillante mirada
de mis ojos verde intenso,
haciendo que sonrieran, prendadas. Una incluso hizo un gesto que indicaba que quería acercárseme.
Pero para entonces yo ya seguía mi camino. No estoy interesado en recibir cariño ahora. Quizás
en otro momento. Al
fin
y
al cabo tenía
un
encanto innato que atraía
al género femenino. Esbocé una sonrisa que dejó entrever mis puntiagudos colmillos. Por suerte ya había comido, así que no debía preocuparme de cazar. Busqué un callejón solitario donde
relajarme un rato, ya que tanto ruido comenzaba
a molestarme.
Por
suerte el objeto de mi
búsqueda estaba cercano. En el oscuro callejón tan solo penetraba la luz de una creciente luna, que parecía sonreírme, a mí, su compañero de andanzas.
Encontré una balconada fácilmente accesible y que tenía toda la pinta de llevar abandonada
mucho tiempo. Con la agilidad propia de un atleta me encaramé a ella y me acomodé.
Las horas pasaban mientras hacía el perezoso impunemente
y con total libertad. El
frescor de la noche siempre me ha resultado placentero.
Mis
ojos ya empezaban a cerrarse, dispuestos a sumir a mi cuerpo en un agradable
descanso cuando alguien
invadió el callejón. No me gustaban las sorpresas,
así
que me vi obligado a
desperezarme. Una pareja, o eso parecía. Destilaban tanta pasión que podía olerla desde
aquí. Se encontraban en plena faena, pero no era nada que no hubiera visto antes, así
que me iba a disponer a ignorarlos cuando algo me llamó la atención. Ese chico. Tenía
un aire inconfundible...,a depredador. Los que tenemos alma de predadores nos reconocemos fácilmente. Cambié de posición para observarlos mejor. Me revolví el
pelirrojo cabello sin llegar a cerrar los ojos completamente,
pues no quería perderme
detalle. No parecía que fuera a pasar nada..., hasta que el hombre
sacó de forma casi imperceptible una aguja de su bolsillo y le dio un pinchazo a su pareja en el cuello,
dejando caer casi al momento el objeto. Lo hizo con tal habilidad y rapidez que posiblemente un
ojo normal
no
lo habría
percibido
claramente. Pero
nadie
podía engañar a mis ojos, superiores a los humanos. Una puntiaguda
sonrisa se abría en mi
rostro. La muchacha parecía sorprendida, pero por un momento no pasó nada. Entonces
abrió mucho
los
ojos pareció resbalar contra la pared del callejón. Él se apartó,
pero sin desviar la mirada de ella. Interesante. No perdía detalle de la escena. Podía apreciar como la vida escapaba rápidamente de la joven. El fin llegó pronto. El asesino recogió
su "arma" y la guardó. Luego miró a su alrededor,
seguramente para cerciorarse de
que nadie lo había visto. Por suerte las sombras me ocultaban oportunamente, y cuando yo no quería ser visto así era. Encendió un detestable
cigarro y se agachó para cerrar los ojos de su víctima. "Qué
gesto tan humano", pensé con ironía, mientras movía mi cola con ademán perezoso.
Después se fue, sin prisa aparente. Parece que la función ha
terminado.
Sólo quedaba que alguien recogiera
el
cuerpo de la actriz, pero no iba a quedarme a verlo. El tedio se había vuelto a apoderar de mí. Era hora de volver a "casa". Eché un último vistazo al cuerpo desmadejado de la chica. Tenía unos ojos casi tan bonitos como los míos, que lástima. A lo lejos un perro aulló. Se me erizó el pelo, no aguantaba ese sonido tan desagradable. Ya apenas quedaba nadie por las calles, por
lo
que el paseo se hizo más agradable. Pasando por delante de los escaparates me detuve ante uno particularmente reflectante. Me devolvió una imagen de pelaje pelirrojo ligeramente
rayado, ojos verdes como el jade y rasgados elegantemente, unas afiladas
garras, dientes agudos,
orejas redondeadas y una cola estilizada. Me agradaba esa
imagen. Retomé el camino hacia mis verdaderos dominios, pero no sin antes dedicarle a
la
siempre vigilante luna una sonrisa pícara y decirle sarcásticamente "Miau".
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